Mi niña interior
Me convertí en adulta, y no precisamente por elección.
A veces eso duele más.
Durante años deseé volver a ser niña.
Mi infancia está tejida de recuerdos amorosos, divertidos y despreocupados.
Pero mi niñez terminó a los 28, y creo que eso es un privilegio.
Cuando mi hermana se casó, lo entendí con claridad: nuestra niñez, tal como la conocíamos, había terminado.
Eso desató una oleada de memorias, de introspecciones, de preguntas sobre cómo habitar el presente y agradecer con más consciencia a quienes me rodean.
Intento estar en paz con lo que tengo.
Pienso en mi niña y se me llenan los ojos de lágrimas:
ya no recuerdo su sonrisa, ni cómo sonaba su voz.
Pero sí recuerdo su imaginación,
las historias que inventaba, las ideas que no paraban,
porque todo eso todavía vive en mí.
Puedo verla cuando me miro al espejo.
Puedo verla en su mundo de juguetes, acompañada de su soledad, como a veces hoy.
Y me pregunto: si me viera ahora,
¿se sentiría orgullosa? ¿se sorprendería? ¿las dos?
¿Se preocuparía? ¿O respiraría aliviada?
Solo espero que siga viva en mí.
Que en mis días adultos siga recordando la magia de ser niña,
y que, mientras la vida me cambia, no olvide nunca esa niña que fui.
Porque sanar no es olvidar,
sino aprender a vivir con lo que fuimos,
y a cuidar de esa niña con el amor que siempre supe tener.
A los niños que me cambiaron la vida
Qué profundo amor siento por ustedes.
Desde que supe que llegarían a este mundo, mi vida empezó a cambiar.
Desde que nacieron, comencé a vivir con más propósito, a sanar a través de ustedes.
Me han mostrado lo que yo quizá sentí que yo necesitaba a su edad.
Y también quién puedo ser para ustedes hoy:
una adulta presente, amorosa, segura en quien confiar.
Me enseñaron que el afecto se dice, se pide, se da.
Que no es raro necesitar un abrazo.
Me enseñaron lo que es el amor incondicional.Un amor tan grande que nunca habia sentido; un tipo de amor tan grande que a veces duele.
Duele un poco por el deseo de protegerlos,
pero también por lo hondo que me transforma:
me mueve, me despierta,
y me recuerda que amar así es dejarse tocar por dentro.
Ustedes me han mostrado que está bien llorar, equivocarse, mostrarse frágil, que los miedos no solo se aprenden, sino que también se pueden desaprender. y que los límites se rompen cuando alguien cree en ti. Gracias a ustedes, he aprendido que todo lo absorben, ven y repiten y eso me inspira a ser mejor, a ser más consciente. Mi mayor deseo es que se atrevan a ser libres, valientes, infinitos.
A las personas que me cambiaron la vida
Qué suerte la mía de encontrarlos en esta vida. De poder llamarlos mis personas. De tenerlos en mi red de apoyo.
A veces me pregunto cómo habría sido crecer con ustedes. Algunos los imagino igual que hoy: brillando, riendo, llenos de paz y sencillez.
A otros me hubiera gustado abrazarlos en sus momentos difíciles. Acompañarlos, extenderles la infancia que quizá no pudieron vivir completa. Tal vez hasta habría dado un poco de la mía para crecer juntos.
Porque aunque hoy los veo adultos, también reconozco al niño que aún vive en ustedes. Y veo, a veces, el deseo de volver a serlo.
La infancia es eso: un lugar al que siempre volvemos, sigue viva en cada uno de nosotros, en los recuerdos y en las huellas que dejamos al crecer.
Una etapa mágica, frágil y poderosa.
Mi mayor deseo es que, al mirar atrás, no solo veamos lo que perdimos, sino lo que seguimos siendo: seres capaces de amar, aprender, sanar. Que nunca perdamos el asombro por lo simple, por lo profundo de cada día.